Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tiempo y Caos


Publicado en "Tinta Fresca", La Nación, septiembre 2005

Rodolfo Arias Formoso

Para vos, por supuesto.

De viejos sentimos que el tiempo pasa más rápido, y es que nosotros transcurrimos más lento.

Dice Einstein que si por ejemplo la esposa de uno se fuera a una estrella distante 15 años luz, viajando a un 99.99% de la velocidad de la luz, al regreso nos encontraría más arrugados que una pasa, porque aquí habrían pasado 30 años, en tanto que ella volvería tan guapa como se fue; para ella solo habrían transcurrido algunas horas.

Esta relatividad entre tiempo y espacio no es, con todo, la única. Su naturaleza matemática, expresada como E=mc2, se ve complementada con la naturaleza de carácter dialéctico que gobierna otra relatividad, la de tiempo y caos.

Una vez pensé que en un universo donde “nada pasara” no habría tiempo. Es decir, en un espacio absolutamente quieto, un observador no tendría cómo concebirlo. Pero dicha petición es excesiva: basta con el desorden. En un universo sin propósito, tampoco habría cómo sentir el tiempo. El caos lo aniquilaría.

Ahora bien, el problema fundamental es que el universo tiende a la entropía (segunda ley de la Termodinámica), y por ello el tiempo está condenado a fenecer. ¿Triste, no?

Sí, claro, pero hay rebeldía en el universo: la evolución de la vida. Ésta se opone al caos, generando orden, armonía, lógica. Aquí es donde se aclara la dialéctica que rige ambos polos: sin caos no habría de donde “pescar” para ordenar, y sin orden no habría insumos para la entropía.

Entre ambos, se balancea el tiempo. Cuando el universo era sólo un punto que estalló (orden puro), el tiempo pasó rapidísimo. En 10-43 segundos ya había gravedad, en 10-34 ya había materia, en 10-10 segundos surgieron las fuerzas electromagnéticas.

Hoy día, un universo viejo y entrópico requiere eones para dar un paso. Cuando somos concebidos en el vientre materno, todo sucede rapidísimo. En pocos días, el decurso filogenético del embrión lo lleva de pez a anfibio, y de ahí a mamífero. De viejos sentimos que el tiempo pasa más rápido, y es que nosotros transcurrimos más lento, conforme retornamos al caos.

Por eso en la vida luchamos tanto: queremos orden, significado, belleza. Probablemente nuestro recurso más poderoso (porque es al cabo la suma de todos los demás) es el que llamamos amor.

Cuando los amantes se miran a los ojos, y saben que se aman, que no hay necesidad de más en el mundo, lo están poniendo todo en orden. El tiempo, entonces, se acelera y se acelera hasta - de nuevo la dialéctica - detenerse.

Sólo así puede uno entender que ese instante, infinitamente breve, sea eterno.

Otro tanto hacen los poetas. Ellos también ponen en orden, y se me ocurre una definición geométrica (topológica, en rigor) de la poesía: es la distancia más corta entre palabra y significado. Poesía es atajo en el lenguaje.

Basta con leer a Chuang-Tzú, maestro del Taoísmo, quien hace 2350 años escribió:

El anzuelo es para el pez. Si se tiene el pez, se olvida el anzuelo. La trampa es para el conejo. Si se tiene el conejo, se olvida la trampa. Las palabras son para el significado. Si se conoce el significado, pueden olvidarse las palabras. Quiero encontrar una persona que haya olvidado las palabras, para conversar con ella”.

P.S

Alguien esencial para mí, y no voy a decir quien, pasó hace poco por unos días muy difíciles. Su mundo, construido como un malabar, como una ilusión bajo un semáforo, se derrumbaba. “Llenate de armonía”, quise decirle, y como no encontré la manera de explicárselo bien (quizá no hacía falta más que el consejo en sí mismo, sin ampliar nada) intenté hacerle una síntesis de lo que dije en este artículo, que a su vez es una síntesis de lo que han dicho pensadores contemporáneos tan importantes como Raymond Kurzweil en sus célebres tesis “La era de las máquinas espirituales” y “La singularidad está cerca”. Creo que ella me entendió bien. O, a lo mejor, creo que ni falta le hacía entenderme. A mí era a quien le hacía falta entender a esa persona, reconozco de repente. Pronto, su intensa armonía le trajo un nuevo amor, y al momento de subir este texto a mi blog Jacarandá, eso parece florecer, como uno de los átomos rebeldes del universo, a quienes rendí homenaje en mi texto.