Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Anotaciones a un ensayo donde se comenta mi obra: "Ars combinatoria"



Hago aquí algunas anotaciones, seguidas de extractos, a propósito del ensayo“Ars Combinatoria”, escrito por la ensayista costarricense Nuria Rodríguez Gonzalo.
Fue publicado en ElPaísCr, el 6 de febrero de 2014

En uno de sus textos de más reciente publicación, la ensayista nacional Nuria Rodríguez Gonzalo hace varias referencias a mi obra literaria; me he tomado la libertad de extraerlas, según el orden en que ahí aparecen.
Se trata, aclaro, de un complejo ensayo que se apoya –entre otros- en puntos que en apariencia podrían resultar disímiles, tales como El hombre sin atributos, la célebre novela inconclusa de Robert Musil, El costarricense, ensayo de Constantino Láscaris, El Cuaderno Dorado, de Doris Lessing, El ejercicio del criterio, de Mario Benedetti, El mito de Sísifo, de Albert Camus, sin omitir la referencia a una de las canciones más hermosas de Silvio Rodríguez, “Causas y azares”, o al “Otro poema de los dones”, de Jorge Luis Borges, el cual aparece en los epígrafes de Guirnaldas (bajo tierra).
Carece de sentido hacer una síntesis del ensayo de Nuria Rodríguez; me limito aquí a esbozar (una interpretación de) su línea argumental:
Existe (según se desarrolla en El hombre sin atributos) un conjunto de rasgos que caracterizan al habitante de un país (lo consciente, lo inconsciente, el sexo, la profesión, etc.); entre ellos, el décimo, último y más misterioso en buena medida, se refiere a la fantasía, al deseo (quizá en el sentido de Lacan), incluso a la ironía, sin dejar de lado la rebeldía.
Nuria Rodríguez especula que de alguna forma esa rebeldía, mixturada tanto con escepticismo como con fantasía, subyacería en la idiosincrasia de un pueblo; sobre esa hipótesis reflexiona acerca del papel que ahí tendría el arte –en particular la literatura-, como ejercicio no ya de creación o definición de dicha identidad, sino de recreación de ésta, de elaboración de un tejido –estético- donde se acumule, se haga historia, se dote de perspectiva. Aquí, lo dicho por Doris Lessing en el prefacio de El Cuaderno Dorado es otro de los soportes referenciales utilizados por la ensayista.
Pues bien, en Ars Combinatoria, la autora me hace el honor de considerar que mi obra literaria se inscribe en el marco planteado, tanto el de la hipótesis respecto al décimo atributo de Musil (y de Ulrich, su protagonista) como al de la función que propone o solicita Doris Lessing.
Y, en tal sentido, coteja los rasgos que identifica en mis textos con los que se estudian en El Costarricense, conocido e importante ensayo de Constantino Láscaris; destaca, en tal emprendimiento, el manejo que hago en mis novelas del lenguaje “malcriado” o popular, en conexión con otros elementos que Láscaris abordó en su estudio.
Estudio que, me permito opinar, partió de la “extrañeza” (término escogido por el propio Láscaris, que, como bien sabemos, era español, con genes griegos), de la extranjería y de su condición de académico de primer nivel; el peaje que pagó, estimo, fue el sesgo hacia lo peyorativo, hacia la burla e incluso el descrédito, en demérito de otros rasgos (por ejemplo la tenacidad y la fidelidad, que han sido ejes temáticos de mi trabajo) de suyo importantes en el ser costarricense.
Interesante es, asimismo, la conexión que la autora identifica entre la reiterada presencia en mis textos de reflexiones sobre la fragilidad de la vida, lo incierto del destino, el absurdo omnipresente en el día a día (principal eje temático de “Guirnaldas”), mi admiración por la matemática y el hecho de que el ya mencionado Ulrich fuera matemático y reflexione con abundancia sobre el papel de esta ciencia en su sociedad.
En fin, no me queda sino agradecer muy sinceramente a Nuria Rodríguez, al tiempo  que invito a los lectores a recorrer las cuidadas páginas de su ensayo.

Siguen extractos de "Ars Combinatoria"; reitero que lo mejor será su lectura completa.

Este discurrir de “la casualidad, el azar, y los hermanos de ellas, llámense la fugacidad, lo accidental, lo pasajero” de las que nos habla uno de los personajes de Arias Formoso y que de alguna manera podría explicarse matemáticamente es, en mi criterio, el eterno y grácil bucle, o la trenza dorada que une los relatos de este autor que nos muestra al ser costarricense de las últimas décadas en medio de sus circunstancias. De hecho,  en su más reciente novela “Guirnaldas (bajo tierra)”, (Editorial Lanzallamas, San José, 2013), una de las protagonistas nos cuenta que leyó un libro donde venía un pensamiento del gran matemático Leibnitz para quien: ‘Oír música es placentero, porque uno está contando, sin saber que lo está haciendo’.  Luego agrega:
“Pues yo hago el recíproco de ese pensamiento: el placer de la matemática es el de hacer música con las cantidades, los tamaños, las formas. La matemática es el reino de la perfección, es un país donde todas las cosas se portan bien…” Y más adelante ella misma regresa a lo que decía Leibnitz de que oír música es contar sin darse cuenta “… y piensa en la genialidad del ensayo de Douglas Hofstadter cuando armó ese trípode asentado sobre Bach, Escher y Göedel: la música es absolutamente recursiva porque es en tiempo real, cada nota depende de que la anterior también haya sido, la música es música hecha de música…”
Y algo así es lo que hace Rodolfo Arias con su literatura: eso que Gottfried  Leibnitz  llamó ‘ars combinatoria’, inspirado a su vez en el ‘ars magna’ de Ramón Lull. De hecho, uno de los dos epígrafes de Guirnaldas (bajo tierra), es aquel verso de: El otro poema de los dones, de Jorge Luis Borges, que dice: ‘Gracias quiero dar al divino laberinto de los efectos y de las causas’. Y aquí me parece oportuno citar parte del comentario de  Pablo Salazar Carvajal en la presentación de esa interesante novela:
 “Cada página de Rodolfo rezuma ‘Costa Rica’. Con gran sentido de observación, el autor nos pasea por espíritus y sitios tan nacionales, que ser costarricense y no identificarse de inmediato, es casi una grosería. Por supuesto que el drama o la comedia que se mueve en el alma de los personajes, son universales; pero la comprensión cabal del texto, se circunscribe a nuestra patria. En general en una buena obra confluyen la risa y el espanto. Esto lo encontramos en ‘Guirnaldas’. Esta novela contiene tantos elementos para pasarla inteligentemente bien, que enumerarlos es una tarea que llevaría un tiempo similar a leerla. Digamos, eso sí, que se agradecen los oportunos juegos de palabras; las afirmaciones que son pequeños poemas de amor (Entre paréntesis, le dice un enamorado a la desconocida que amará, y lo amará, por el resto de su vida ‘Vos tenés los ojos color de mi niñez’); y también está el retrato de tanto compatriota que uno ve por ahí…a veces hasta en el espejo”; (Texto inédito de Pablo Salazar leído el 30 de Agosto del 2013 en la Feria Internacional del Libro, San José, Costa Rica).
No sé de dónde le sale a Rodolfo Arias tanta sensibilidad y buen tino para pintar el décimo carácter, del que habla Musil, pero referido a la forma y los colores del ser costarricense de las últimas décadas, sin embargo, de sus artículos publicados en periódicos y en el blog citado, me entero que los torneos de ajedrez en los que ha participado, así como su trabajo de  consultor internacional en asuntos de Informática y su obra literaria le han brindado la oportunidad de viajar a diferentes países y hasta de vivir algunos años en diferentes lugares del Mundo, y es por este dato que me nace la tentación de pensar que sus viajes y experiencias fuera de Costa Rica le han permitido al escritor ampliar la perspectiva y plasmar en sus novelas, cuentos y artículos, eso que de tan cotidiano deja de extrañarnos  y, como expresó Láscaris, ya no lo vemos quienes siempre hemos vivido en Costa Rica.
Las novelas de Rodolfo Arias son pinturas al fresco, sólo que hechas con palabras y, sin lugar a dudas, se convierten en espejos que nos permiten vernos ahí mismo y hasta hacer catarsis entre la risa y el espanto por todo lo bueno, lo malo, lo feo y lo bello que encontramos reflejado en esa imagen. Por lo menos eso es lo que me sucedió en mi condición de lectora que nació y vive en este lugar del Mundo. 
...

Y es que no sólo con Miguel Abarca y su familia o con el Emperador Tertuliano y la legión de los superlimpios sino  también en la novela Guirnaldas (bajo tierra), en todas las obras citadas vemos esos pequeños momentos de lucidez en que los personajes de Arias Formoso reconocen las verdades aplastantes y actúan con la dignidad que da la autoconciencia, a pesar del absurdo que tal vez tenga alguna explicación matemática pero que, dentro de las circunstancias, resulta imposible de ver para quienes se encuentran inmersos en ellas. A los personajes les falta la perspectiva que tiene el autor con respecto a la obra en general y que sus lectores vamos adquiriendo precisamente porque estamos fuera de esas circunstancias observando como quien ve desde lejos ese espacio vacío e invisible en cuyo interior está la realidad de los personajes, como una pequeña ciudad de un juego infantil de construcciones, para ponerlo, una vez más, en palabras del gran Musil.