No
habrá luz ni sombra, ni delante ni atrás, ni arriba ni abajo.
Más
allá de donde termina tu casa y empieza la noche, está lo negro.
Más allá de
donde a veces la oscuridad es rasgada por los cocuyos, de donde el potrero
se tropieza con el bosque, de donde la luna baña sombras a
su antojo.
Un día
te irás hacia lo negro. Saldrás por cualquier puerta o
ventana, seguirás el trillo que adivinarás entre la hierba y los árboles,
guiándote por las huellas de nadie.
De pronto habrás llegado. Tratarás de caminar un poco más; pero será inútil. No habrá luz ni sombra, ni delante ni
atrás, ni arriba ni abajo.
Solo negro, todo negro.
No
sentirás el suelo bajo los pies. Te agacharás para palparlo; no estará para tus manos.
El
silencio será tan puro que no valdrá la pena gritar, el vacío tan denso que
dará lo mismo respirar, la oscuridad tan perfecta que ya no la dejarás de
mirar.
Te quedarás quieto.
Tu espalda no buscará un muro, tus
dedos una espina, tus rodillas dónde doblarse.
Ojos de par en par, hasta que te domine la fatiga.
La impotencia, la paz que te llenará cuando sepas que ya no sabes nada.
Ahí empezarás a cerrarlos.
Aún queda algo...
Hay quienes logran abrirlos de nuevo.
No es fácil y muy pocos
pueden.
Muy pocos, eso dicen.
Además,
no es abrir los ojos como de costumbre.
No es pestañear un
instante, sorprendido.
Es abrirlos desde adentro, desde tu último refugio, donde aún ardas, reducido a nada.
Dispondrás
de un solo instante, indivisible.
Y no será
abrirlos a lo que esté ahí cerca, será abrirlos de golpe, en un estallido certero.
Abrirlos para todo, para cualquier cosa.
Quienes lo logran revientan lo negro hasta un infinito
que se revuelve en la atarraya del tiempo como una bestia cautiva.
Y hay luz de
estrellas, polvo, cometas, constelaciones.
Si
estás de suerte y te toca, con el pasar de los años en algún rincón de eso que
hiciste unos dirán que hubo un Big Bang; otros, que hay un Dios.
Sea
donde sea que estés, con tus ojos abiertos por siempre, sería bueno que te perdonaras, que sonrieras.
Creí extraviado este texto. De algún modo, se vincula a "Buenas Noches", uno de los cuentos de "La Madriguera". Quizá, en una versión cruda, fue publicado en La Nación.
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