Rodolfo,
Esta es una carta de felicitación por el
premio tan merecido que le dieron a la novela de tu creación. Es un gesto
simple, de alguna manera acorde al gesto que significa otorgar un galardón que
ubica a Guirnaldas (bajo tierra) en nuevas coordenadas.
En “El Orden del Discurso”, mi libro
favorito de Foucault (y de los más complicados, es una conferencia que luego es
transcrita y publicada), él dice:
“Más que tomar la palabra, habría
preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio.
Me habría gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me
precedía una voz sin nombre desde hacía mucho tiempo: me habría bastado
entonces encadenar, proseguir la frase, introducirme, sin ser advertido, en sus
intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento,
interrumpida. No habría habido, por tanto, inicio; y en lugar de ser aquél de
quien proviene el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de
su desarrollo, el punto de su posible desaparición.” (Lección inaugural
pronunciada en el Collège de France, 2 de diciembre de 1970)
Entre las cosas que yo interpreto de este
maravilloso párrafo, es que tomar la palabra requiere algo más que los azares
de la época en que el autor transcurre su vida, y mucha valentía. Con esta
carta celebro tu valentía al escribir “Guirnaldas”, el alivio y la alegría de
su buen recibimiento.
A continuación, breves notas luego de mi
lectura de la novela:
Cuando hablamos de una sociedad, el uso
del término “sociedad” da la ilusión imaginaria de unidad, de que de alguna
manera un significante cualquiera, como “costarricense”, nos permite remitirnos
a un ideal común, a un proyecto común, un origen común…
Pero lo que nos une es simplemente un
pedazo de tierra y unos ciertos discursos en los que intentamos transitar, con
nuestras historias a cuestas. Y tanto geografía como discurso e historia
determinan los lazos que se pueden establecer con los otros, en una época
particular.
La novela “Guirnaldas (bajo tierra)” nos
despliega eso: una pluralidad de voces sin un referente único o central; son
muchas voces que no hacen conjunto, pero que cada una dibuja un trazo en su
devenir. Y esos trazos a veces entroncan en puntos de encuentro fallidos,
puntos localizables en los discursos que los habitan y los atraviesan. Algunos
de esos discursos parecieran venir de afuera, como la ciencia, el narcotráfico,
la informática; otros parecieran ser “made
in Costa Rica”, como la forma violenta que tenemos de encontrarnos en las
carreteras de nuestras ciudades.
Pero quizá el discurso más intensamente
presente en la novela es el amor como imposibilidad y, al mismo tiempo, como
motor de la vida. Cada historia da cuenta de esto, de que el amor es efímero y
que su imposibilidad, eso que lo constituye, que es su estructura más básica,
su ontología, es al mismo tiempo motor de una vida.
El relato se caracteriza por una crudeza
poética, una extraña mezcla entre realismo y metáfora. La siguiente cita es un
ejemplo de esto:
“Por
ahí en el fondo de la casa había una sombra delgada y afanosa que se llamaba
Teresita y era la hermana menor, única que no había logrado ahuecar el ala en
cumplimiento del dictado paterno. La causa, según no se decía pero se pensaba y
a lo sumo se murmuraba, eran unos ojos donde se mezclaban el asombro y la
resignación, quizá porque algo de sangre mora aún mora en el iris que es tan
negro como el camioncito o como las madrugadas del barrio en invierno, quizá
porque están demasiado abiertos y como preguntando lo que no tiene respuesta,
quizá porque no saben mirar de lado o pestañear en el momento justo, y quizá
porque los acompañan siempre unas orejas vírgenes y una boca entreabierta”
Caos, azar y deseo se des-encuentran en
una vidas que si se miran con ensueño parecen adquirir algún sentido frágil y
breve, como la vida.
Me despido con gran alegría, al compartir
con vos este reconocimiento a tu trabajo.
Cariños, Kira.
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