Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

sábado, 2 de junio de 2012

Emergencias


Una cadena de ellas se llama “realidad”.
Rodolfo Arias Formoso
Este artículo no tiene que ver con ambulancias o con radiopatrullas. Habla más bien de mecánica cuántica, de televisores y del carácter de mi perra.
Para empezar, entendamos por “emergencia” algo que, formado de elementos de un nivel previo, posee rasgos ajenos a éstos.
Un potrero está formado por muchísimas hojitas de zacate, pero a fin de cuentas sólo es eso y no sirve como ejemplo.
En un instante cualquiera, la pantalla de un televisor está oscura, salvo por un punto donde hay un rayo. Éste la recorre muchas veces por segundo, y emerge entonces una imagen en movimiento. Ese ejemplo sí sirve.
Entre las incontables emergencias, hay una (cadena de) que es la primordial. Tan así, que se llama “realidad”.
Empieza en el mundo subatómico. Ahí las partículas se comportan de forma tan rara que los físicos recurren a sofisticadas teorías para poder describirlas. Miden sus fenómenos con números complejos, y cuando los amplifican hasta el mundo de la física clásica (el de los números reales) se topan con cuestiones durísimas, como el principio de incertidumbre según el cual no se puede establecer simultáneamente la posición y el momento de una partícula.
Pero el punto –incontestable- es que el mundo de la física clásica (átomos, moléculas, y de ahí para arriba) emerge del reino de la física cuántica. El nombre de esta primera emergencia es obvio: "materia".
Luego viene la segunda emergencia, llamada “vida”. Algunos átomos se combinan en moléculas que contienen la información de cómo “armar” cada organismo (hablo del ADN y todo eso) y el resultado es un ser que salta, vuela o provoca repugnancia porque es una cucaracha.
La tercera emergencia se llama “inteligencia”. Algunas de las células de esas cosas vivas se combinan en un órgano (el cerebro) que de repente es capaz de pensar.
Pero los estados mentales no son neuronas, así como las neuronas no son proteínas, así como las proteínas no son átomos, así como éstos no son partículas de esas medio misteriosas.
¿Lindo, verdad?
Pues sí, a mí me parece una maravilla, trágica por efímera, pero maravilla por donde se la mire. Y, más aún, al darse uno cuenta de que, al conjuntarse muchos estados mentales en un ser, aparece la más hermosa de las emergencias: el espíritu. Si no fuera porque una y otra vez Alberta, mi perra, ha corrido, brincado y movido la cola cuando siente alegría al verme, yo no podría hablar de su espíritu.
Del mismo modo, nadie podría hablar del de cualquier perico, suegra, caballo, jefe o iguana que haya tenido.
¡Es así, y me parece tan claro, que no deja de asombrarme que existan tantos religiosos que lo entiendan todo justamente al revés!

(Publicado en "Tinta Fresca", revista Proa, La Nación, julio 2006)

P.S.
Con mi querido amigo José Rafael Echeverría (a quien debo un comentario de su reciente libro de poesía, “Viento Solar”, que me gustó mucho) hemos hecho largas sobremesas en las que yo desarrollo esta tesis y él afianza el punto de vista contrario. Geométricamente contrario, si se quiere: al otro lado del vector que de alguna manera insinúa el esquema del artículo; la más enjundiosa allá por julio del 2006, cuando se publicó. Sólo en un punto estamos de acuerdo: en que hay espíritu; sea que éste es producto de la materia, sea que éste es el que le da aliento a ella. Él, el espíritu, mantiene nuestra conversación salpicada de sonrisas, buenas bromas, giros ingeniosos para conducirla hacia el lugar donde siempre debe llegar: el equilibrio y la armonía.  

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