Anoche estaba yo a medio hacer algunos
ejercicios en el gimnasio. Se me acercó el buen amigo F.O.:
-
Rodolfo, ¿viste el escándalo
de la fiesta de quince años que se hizo en el Museo de Arte Costarricense?
-
No, ¿qué pasó?
-
¡Diay, vos nunca te enterás
de nada!
Así suelen empezar nuestras
conversaciones, entre las máquinas de levantar pesas. F.O. siempre está al
tanto de todo; yo muy poco. Ambos pertenecemos al inmenso grupo de
costarricenses que ya no están enojados contra el desastre del gobierno actual,
pero porque eso ha dado lugar a algo peor: el miedo. Nos asusta
terriblemente el rumbo que lleva el Estado, tras una larga lista de gobiernitos
que compiten a ver cuál es el más inútil, indolente, corrupto, errático…. Una fea
ensalada, por cierto, a la que se agregó, en el caso particular del de Oscar
Arias, la arrogancia.
-
Eso ya no es sólo corrupción
o maldad – argumenté luego de que él me amplió detalles del nuevo escándalo -,
aquí hay además una gran dosis de idiotez.
-
¡Por supuesto! –aprobó él-,
¡cómo pudieron poner en riesgo obras de tantísimo valor, son estúpidos!
-
Es que así es nuestra especie
–agregué-, en nosotros convive lo sublime y lo ridículo, lo genial y lo
bestial, cuesta entender cómo hay una civilización, con arte y ciencia…
-
No hay duda - convino F.O.-, en muchas
ocasiones la maldad es, en el fondo, simple imbecilidad.
-
¿Sabés? –respondí, cambiando
levemente de tema- hoy leí que en 1999 una sonda enviada por la NASA a explorar
el clima de Marte se estrelló… ¡porque los de la compañía que desarrolló la nave,
la Lockheed-Martin, enviaban mediciones en el sistema así llamado “imperial” (millas,
pulgadas, pies…), en tanto que los ingenieros de la NASA trabajaban con el
sistema métrico!
-
¿Y qué pasó? –preguntó F.O.,
incrédulo.
-
¡Que se confundieron y
el chunche se estrelló apenas llegó a Marte, se fueron a la mierda
ciento veinticinco millones de dólares!
-
Habría que modificar la
especie –dictaminó F.O. con el ceño fruncido, y apretó la toalla entre sus manos.
Ya había terminado su rutina y estaba por retirarse.
-
¿Vos decís con manipulación
genética?
-
Sí, Rodolfo, aunque fuera un
byte, es decir, un gen, alguna cosita…
-
Lo que pasa es que estamos
dominados por el principio del placer –aporté, con plena convicción de que
estamos a muchísimos años de poder determinar cuál es el material genético que
determina los rasgos de todo aquello que Freud cobijó bajo el “ello”
-
No – reaccionó con intensidad
– hay cosas más graves que los impulsos de placer.
-
¡Pero el instinto del placer
influye drásticamente, es capaz de aplastarnos toda lógica…! – quise argumentar.
-
Esperate –dijo él, con un
tono de voz de repente cambiado, levantando la vista hacia un punto a mis
espaldas -, allá va aquella güila, voy a verla más de cerca en el parqueo…
De más está decir que se alejó sin
mayores despedidas, dejándome con la palabra en la boca.
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