Vi hoy en el canal Telesur un interesante
análisis de la crisis económica que azota a Europa. En determinado momento, un
gráfico mostraba que durante el último año la deuda conjunta de los veintisiete
países de la UE se había incrementado en un 82%. La presentadora – tiesa,
inexpresiva, de pie-, leyó: “la deuda llegó
a un ochenta y dos por ciento”.
No se sabía si era la deuda externa o la
interna o la suma de ambas o qué cosa en concreto. Pero ese no fue el detalle
que me movió a anotar la anécdota aquí. El detonador ha sido que esa
presentadora no distinguió entre un porcentaje y una cantidad. ¿Qué significado
tendrá, en su cabeza, que una deuda “llegue al 82%”?
Imagino que algo como esto: “la deuda se
hizo grandísima, ya va por 82 por ciento, ¡casi cien!”.
O, a lo mejor, fue una distracción
momentánea, producto del nerviosismo, y ella sí puede distinguir entre una
proporción y una cantidad. Sí sabe lo que es el 20% de un montón de naranjas, y
sí sabe que el 20% de 500 naranjas es 100 naranjas.
Yo le concedo el beneficio de la duda,
por supuesto. Lo que me alarma es la abundancia con que me topo errores al
estilo de ese que reseño. Es impresionante la torpeza - ignorancia - con la que
se suelen manipular distancias, superficies y volúmenes, distinguir porcentajes
de magnitudes, apreciar tendencias centrales y dispersiones, manipular
estructuras lógicas esenciales – el silogismo – o bien distinguir proposición de
juicio.
El entusiasmo que me produce una reforma
profunda en el proceso de enseñanza de la matemática está, en este sentido, más
que justificado. En una reciente conversación que tuve con el Dr. Ángel Ruiz,
de la UCR, y uno de los principales promotores de la reforma, mencionamos esa
dolorosa limitación del prójimo contemporáneo, para la introyección del
concepto, para consolidar la abstracción que sea menester.
Sé que el gran desarrollo de la
matemática se dio a partir del momento (hacia el siglo 19) en que, como
disciplina, decide independizarse de la física, la química o la astronomía,
para crecer con libertad en ámbitos formales (axiomáticos), donde la verdad de
lo descubierto dependiera únicamente de la solidez deductiva, y no de la “aplicación”
de tal o cual concepto, vale decir de su ligamen con la “realidad”, fuera ésta
física, química, biológica, etc.
Pero sé, también, que dicho carácter
estrictamente formal, sublime en su abstracción, provoca un abismo cada día más
difícil de superar. La persona contemporánea, sometida a las leyes de
supervivencia del capitalismo neoliberal, es una Magdalena que no está para
tafetanes.
Por eso no queda más que devolverse por
el trillo. Por un lado, hacer a un lado la matemática pletórica de fórmulas
esotéricas y memorizaciones absurdas, y por el otro conceder que será siempre
para una minoría la inquietud por el último teorema de Fermat o por la conjetura
de Golbach, las diagonales y los aleph
de Cantor, las infinitésimas de Riemann, la disensión de Lobachevsky frente a
Euclides.
Y devolverle a la gente el gusto y el
sentido práctico por la esencia diaria de la matemática. Así sea para que
comprendan qué impacto puede tener en sus vidas el tremebundo hecho de que la
deuda de la Comunidad Europea creció en un 82% sólo durante un año.
Con tu permiso me lo llevo también al Facebook!
ResponderEliminarPero me asalta una vil duda...Será un problema curricular o más bien de docentes incapaces? Aún recuerdo con mi profundo afecto a don Constantino, enamorado de las Matemáticas y que nos trasmitió su pasión... creo que el pensamiento lógico que me acompaña, aunque no sea mucho, se lo debo a él...