Me han dicho que tengo buena memoria,
quizá por algún número de teléfono que asocié a la forma de una ventana; de un
aroma de café parecido a un jaque mate; del estribillo de una canción que me trae
de vuelta al quiebre de una cadera.
Amparado a esa ilusión, afirmé varias
veces que, de lo poquísimo que leí de poesía del siglo de oro, mis endecasílabos
predilectos pertenecen a Quevedo:
Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es y fue, con aliento
que a la muerte me lleva despeñado.
Años más tarde, atrapado por la
inmediatez con que Internet resuelve la abulia de tener que ir a buscar el tomo
en cuestión en el caos de la biblioteca, supe que el segundo no era así, si no que
de este modo:
hoy pasa, y es y fue, con movimiento
Desencantado, se lo comenté a un amigo
poeta. “Quevedo también habría preferido aliento”,
dijo con impecable diplomacia, “pero estaba jodido por la métrica”.
Hace pocos días envié a la escritora guayaquileña
Solange Rodríguez, micro-relatista, crudas reflexiones sobre este sub-género.
Me acordaba, como cualquiera que se haya acercado al tema, del Dinosauro de
Monterroso:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
En la Wiki me
remitieron a otro micro-relato célebre, El Emigrante, del mexicano Luis Felipe
Lomelí:
“¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!”
Dije,
en esas breves notas, que un problema crucial del micro-relato está en el
deslinde. Como punto de apoyo, traje a colación la célebre frase de Cortázar
que usé de epígrafe en “El Emperador Tertuliano…”:
“¡Qué risa, todos lloraban!”
Luego
se me ocurrió referir uno de los haikus de Bashó que más le gustaban a Joaquín
Gutiérrez:
“Desde su charca, la voz del sapo viene a
verme”
Mi pregunta –inquietud- era simple: ¿por
qué no admitir como micro-relatos esas gemas de Cortázar o de Bashó?
Antenoche releí a
Borges, sana costumbre que no debe perderse. Buen pirata que soy, descargué a
don Jorge Luis completo en mi “kindle”, y abrí Ficciones. Vi Funes el
Memorioso en el índice y se me descolgó del recuerdo otra genialidad que
tal vez cabría incluir en el firmamento de los mejores micro-relatos:
“Tenía el temor (la esperanza) de que
lloviera”
¡Qué maravilla, sólo Borges es capaz!,
pensé desde tropecé con esto, hará ya sus treinta años. ¡Cómo yuxtaponer el
temor y la esperanza de esa manera, sólo Borges! En kindle no se “hojea” el
texto, se “dedea”, es decir, se le pasa el dedo para que las páginas avancen.
Pronto llegué a la imagen que tanto me ha conmovido siempre. Decía:
“Tenía el temor (la esperanza) de
que nos sorprendiera en el descampado el
agua elemental”
Sí, me rindo. Con las zancadillas de la
memoria no hay quien pueda. Bueno, yo no podré nunca. Es más, antes de
emprender estas líneas quise corroborar si Cortázar o Bashó escribieron eso que
antes mostré, pero ya me dio miedo. O vergüenza. Dicen que me ruborizo fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario