Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Carta sobre "Guirnaldas (bajo tierra)", de Kira Schroeder



Rodolfo,
Esta es una carta de felicitación por el premio tan merecido que le dieron a la novela de tu creación. Es un gesto simple, de alguna manera acorde al gesto que significa otorgar un galardón que ubica a Guirnaldas (bajo tierra) en nuevas coordenadas.
En “El Orden del Discurso”, mi libro favorito de Foucault (y de los más complicados, es una conferencia que luego es transcrita y publicada), él dice:
“Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me habría gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía mucho tiempo: me habría bastado entonces encadenar, proseguir la frase, introducirme, sin ser advertido, en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habría habido, por tanto, inicio; y en lugar de ser aquél de quien proviene el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su posible desaparición.” (Lección inaugural pronunciada en el Collège de France, 2 de diciembre de 1970)
Entre las cosas que yo interpreto de este maravilloso párrafo, es que tomar la palabra requiere algo más que los azares de la época en que el autor transcurre su vida, y mucha valentía. Con esta carta celebro tu valentía al escribir “Guirnaldas”, el alivio y la alegría de su buen recibimiento.
A continuación, breves notas luego de mi lectura de la novela:
Cuando hablamos de una sociedad, el uso del término “sociedad” da la ilusión imaginaria de unidad, de que de alguna manera un significante cualquiera, como “costarricense”, nos permite remitirnos a un ideal común, a un proyecto común, un origen común…
Pero lo que nos une es simplemente un pedazo de tierra y unos ciertos discursos en los que intentamos transitar, con nuestras historias a cuestas. Y tanto geografía como discurso e historia determinan los lazos que se pueden establecer con los otros, en una época particular.
La novela “Guirnaldas (bajo tierra)” nos despliega eso: una pluralidad de voces sin un referente único o central; son muchas voces que no hacen conjunto, pero que cada una dibuja un trazo en su devenir. Y esos trazos a veces entroncan en puntos de encuentro fallidos, puntos localizables en los discursos que los habitan y los atraviesan. Algunos de esos discursos parecieran venir de afuera, como la ciencia, el narcotráfico, la informática; otros parecieran ser “made in Costa Rica”, como la forma violenta que tenemos de encontrarnos en las carreteras de nuestras ciudades.
Pero quizá el discurso más intensamente presente en la novela es el amor como imposibilidad y, al mismo tiempo, como motor de la vida. Cada historia da cuenta de esto, de que el amor es efímero y que su imposibilidad, eso que lo constituye, que es su estructura más básica, su ontología, es al mismo tiempo motor de una vida.
El relato se caracteriza por una crudeza poética, una extraña mezcla entre realismo y metáfora. La siguiente cita es un ejemplo de esto:
“Por ahí en el fondo de la casa había una sombra delgada y afanosa que se llamaba Teresita y era la hermana menor, única que no había logrado ahuecar el ala en cumplimiento del dictado paterno. La causa, según no se decía pero se pensaba y a lo sumo se murmuraba, eran unos ojos donde se mezclaban el asombro y la resignación, quizá porque algo de sangre mora aún mora en el iris que es tan negro como el camioncito o como las madrugadas del barrio en invierno, quizá porque están demasiado abiertos y como preguntando lo que no tiene respuesta, quizá porque no saben mirar de lado o pestañear en el momento justo, y quizá porque los acompañan siempre unas orejas vírgenes y una boca entreabierta
Caos, azar y deseo se des-encuentran en una vidas que si se miran con ensueño parecen adquirir algún sentido frágil y breve, como la vida.
Me despido con gran alegría, al compartir con vos este reconocimiento a tu trabajo.
Cariños, Kira.

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