Había dos enormes jacarandas en el patio de mi niñez. Había un árbol de peragua, tres de mango, diez de níspero, como cuatro de guayaba o de cas. Con los brazos abiertos yo abarcaba apenas un cuadrante del tronco del primer jacaranda. En la niñez todo es enorme, en la madurez más aún. En la niñez porque uno es pequeño, en la madurez porque ni modo, todo es enorme.

jueves, 31 de mayo de 2012

¿Idiotez, maldad, placer?


Anoche estaba yo a medio hacer algunos ejercicios en el gimnasio. Se me acercó el buen amigo F.O.:
-          Rodolfo, ¿viste el escándalo de la fiesta de quince años que se hizo en el Museo de Arte Costarricense?
-          No, ¿qué pasó?
-          ¡Diay, vos nunca te enterás de nada!
Así suelen empezar nuestras conversaciones, entre las máquinas de levantar pesas. F.O. siempre está al tanto de todo; yo muy poco. Ambos pertenecemos al inmenso grupo de costarricenses que ya no están enojados contra el desastre del gobierno actual, pero porque eso ha dado lugar a algo peor: el miedo. Nos asusta terriblemente el rumbo que lleva el Estado, tras una larga lista de gobiernitos que compiten a ver cuál es el más inútil, indolente, corrupto, errático…. Una fea ensalada, por cierto, a la que se agregó, en el caso particular del de Oscar Arias, la arrogancia.
-          Eso ya no es sólo corrupción o maldad – argumenté luego de que él me amplió detalles del nuevo escándalo -, aquí hay además una gran dosis de idiotez.
-          ¡Por supuesto! –aprobó él-, ¡cómo pudieron poner en riesgo obras de tantísimo valor, son estúpidos!
-          Es que así es nuestra especie –agregué-, en nosotros convive lo sublime y lo ridículo, lo genial y lo bestial, cuesta entender cómo hay una civilización, con arte y ciencia…
-          No hay duda - convino F.O.-, en muchas ocasiones la maldad es, en el fondo, simple imbecilidad.
-          ¿Sabés? –respondí, cambiando levemente de tema- hoy leí que en 1999 una sonda enviada por la NASA a explorar el clima de Marte se estrelló… ¡porque los de la compañía que desarrolló la nave, la Lockheed-Martin, enviaban mediciones en el sistema así llamado “imperial” (millas, pulgadas, pies…), en tanto que los ingenieros de la NASA trabajaban con el sistema métrico!
-          ¿Y qué pasó? –preguntó F.O., incrédulo.
-          ¡Que se confundieron y el chunche se estrelló apenas llegó a Marte, se fueron a la mierda ciento veinticinco millones de dólares!
-          Habría que modificar la especie –dictaminó F.O. con el ceño fruncido, y apretó la toalla entre sus manos. Ya había terminado su rutina y estaba por retirarse.
-          ¿Vos decís con manipulación genética?
-          Sí, Rodolfo, aunque fuera un byte, es decir, un gen, alguna cosita…
-          Lo que pasa es que estamos dominados por el principio del placer –aporté, con plena convicción de que estamos a muchísimos años de poder determinar cuál es el material genético que determina los rasgos de todo aquello que Freud cobijó bajo el “ello”
-          No – reaccionó con intensidad – hay cosas más graves que los impulsos de placer.
-          ¡Pero el instinto del placer influye drásticamente, es capaz de aplastarnos toda lógica…! – quise argumentar.
-          Esperate –dijo él, con un tono de voz de repente cambiado, levantando la vista hacia un punto a mis espaldas -, allá va aquella güila, voy a verla más de cerca en el parqueo…
De más está decir que se alejó sin mayores despedidas, dejándome con la palabra en la boca.

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